IBARRA EN PAQUIMÉ

Durante los once meses que dejo Ibarra Sinaloa, por la conquista de Chiametla, dejo como teniente gobernador a Antonio de Betanco, quien protegió a la villa a manera de fuerte con  cuatro torres en cada esquina de la muralla empalizada.

Betanco se dedicó a pacificar la región. Primero fue a Tehueco, cerca del rio el fuerte, donde logró apaciguar a los rebeldes nativos. Siguió rio abajo donde logró la sumisión del cacique Urigue y llego a la boca del rio El Fuerte, donde pensó que pudieran llegar navíos de poco calado.

De la boca del rio, regresaron a San Juan de Sinaloa por el pueblo de Ciguini, donde se le rebelaron algunos indígenas para con azotes logro detenerlos.

Estando Betanco ya en San Juan, recibió una carta del gobernador donde le comunicaba que estaba enviando a fray Pablo de Acevedo y algunos soldados a Sinaloa, para preparar una expedición hacia el norte. Llegó otra carta del gobernador anunciando que estaba en camino para Sinaloa.

A  su regreso, el gobernador Ibarra se  detuvo en Culiacán, donde fue muy bien recibido, como siempre, por Tovar. De Culiacán, Ibarra partió para Mocorito, luego visitó los pueblos indígenas de Petatlán y Ocoroni. Siguió para San Juan de Sinaloa, donde fue recibido con una parada militar y bailables indígenas. Ibarra y su gente permanecieron veinte días en Sinaloa terminando los preparativos para la expedición al norte.

Ibarra llevaba consigo a unos sesenta hombres, la mayoría arcabuceros, con tres cientos caballos. Fray Pablo de Acevedo  fue el único sacerdote acompañante. Ibarra contaba con dos intérpretes; Diego de Soberanos y Luisa, la india que vivía con los Ocoroni. A regañadientes se quedó Betanco como encargado de Sinaloa, ya que él quería ser parte de la expedición.

La fecha de partida de la expedición de Ibarra hacia el norte fue a mediados, junio de 1565.

El gobernador envió por delante al cuerpo principal de la expedición, bajo el mando de Pedro de Unzueta, mientras él anduvo buscando minas. Unzueta llegó al valle del rio Mayo. Obregón,  Ponce y cinco soldados más, rio arriba, encontraron una población indígena llamada Temosa o Tenmoca, donde se proveyeron de alimentos.

Los nativos del bajo rio Mayo y los de la boca del rio Yaqui, formaban un grupo sedentario que hablaban dos dialectos de la lengua cahita. No tenían buenas relaciones.

Estos indígenas, mayos y yaquis, cultivaban maíz, algodón, calabaza, frijol, tabaco  y procesaban el mezcal extraído del agave, cazaban, pescaban y hacían la guerra a sus vecinos. Sus casas eran ligeras, de cañas, hojas y palmas. Se gobernaban por el sistema tribal. Prevalecía el gentilismo. Eran mayormente fetichistas.

Estos grupos preferían asentarse en la boca de los ríos, dando origen a sus nombres, Mayo y Yaqui. Su domino se extendía más allá de la sierra adjunta. Otros indígenas del este, hablaban los dialectos de los tarahumaras y de los tepehuanos.

Días siguientes, el gobernador se reunió con sus hombres en el valle del rio Mayo. De allí, siguieron por cinco días por el rio Cedros, afluente del rio Mayo, llamado así por la gran cantidad de estos árboles que se encontraban en su rivera. De la confluencia de los ríos Cedros y Mayo, subieron a la Sierra Madre Occidental, región habitada por los nativos llamados umaredas.

Entre más al norte caminaban los españoles,  los nativos eran más agresivos. Los exploradores ya se encontraban en el límite sur de Sonora. Durante dos días descendieron de la montaña, hasta un pueblo llamado Oera, donde acamparon. Oera tenía cerca de dos mil habitantes, de los cuales cuatrocientos eran guerreros. Estaba cruzado por un pequeño afluente del rio Yaqui, Pertenecían a la nación Yaqui. Eran adoradores del Sol.

De Oera se dirigieron al norte, subiendo y bajando la montaña. Al cuarto día llegaron a la cumbre, desde donde se divisaba el valle del rio Yaqui, donde ya habían estado los españoles, en la época de Coronado, en donde fundo una población a la que llamó San Jerónimo, destruida por los nativos.

Durante cuatro días, cruzaron el valle del Yaqui, donde había muchos pueblos en los bancos del rio, dispuestos cada 16 – 20 km. Esa provincia debía de tener unos 20,000 indígenas, divididos en dos grupos lingüísticos: los ´´caytas´´ y ´´pima aytos´´.

De acuerdo con la clasificación de Bandelier , los caytas (cahitas) eran los mayos y los yaquis , que se encontraban al norte del valle del Yaqui. En el corazón o centro de Sonora se encontraban los pimas del sur o nebomes, nombre que se utiliza para diferenciarlos de los pimas de Arizona. Su organización social era semejante a la de los Yaquis.

Los nebomes vivían mejor, sus casas estaban hechas de adobe grandes, sus techo cubiertos de terrado, tenían ventanas de ojo de buey como los fuertes, para disparar sus flechas.

Los nebomes eran buenos agricultores, se interesaban por los utensilios para cultivar la tierra de los españoles. Además, eran guerreros salvajes que utilizaban flechas envenenadas. El veneno lo obtenían de un árbol alto, que se parecía al olivo. No se permitía ni siquiera tocar el árbol y decían que era mortal estar  debajo de él. La savia era lechosa y muy tóxica, en donde metían los indios la punta de las flechas. Al ocasionar una herida una flecha, la muerte se presentaba en veinte y cuatro horas.

Sea lo que sea, las flechas envenenadas de los  de los indios de Sonora provocaban mucho miedo entre los españoles. Sin embargo, otros nativos les enseñaron la planta que contraatacaba al veneno. Esta planta tenía una flor amarilla semejante a la del ´´maxtuerco de castilla´´. Las raíces de esta planta se hervían y se aplicaba a la herida, aunque la herida casi nunca cerraba, como la que sufrió Pedro Montoya, la cual permaneció abierta durante veinte años.

Su nombre científico es Lepidium sativum y pertenece a la familia de las crucíferas. (Mastuerzo).

El primer pueblo grande que encontraron en el valle del Yaqui fue Guaralpi, tenía seiscientas casas. A cinco días de camino de Guaralpi, encontraron otro gran pueblo, con cerca d quinientas casas, se llmaba Cumupa. Estaban los españoles en la tierra de los Ópatas, quienes tenían casas pequeñas y ligeras.

De Cumupa, partieron hacia el norte, por las montañas y descubrieron el valle Zaguaripa, donde habitaban los jovas, parientes de los ópatas. Ahí, tuvieron una rebelión de los indios, anunciada por muchas fogatas y humo, y donde les mataron catorce caballos. Los habitantes de Zaguaripa no habían olvidado la victoria  que habían tenido sobre Alcaraz, teniente de Coronado en San Jerónimo y de lo cual se sentían muy orgullosos.

Ibarra, decidió quitarles su orgullo, y con siete hombres atacó el pueblo que contaba con seiscientos guerreros. Al ver los indígenas que las flechas envenenadas no les ocasionaban daño, debido a la protección de sus armadura, perdieron su agresividad y se dispersaron por la región. Sahuaripa o Zaguaripa, está localizado sobre la rivera del río Aras, es un afluente del río Yaqui.

Sin embargo, los nativos trataron de reorganizarse, pero finalmente permitieron que los españoles salieran de Zaguaripa y marcharon por las montañas para llegar a un pueblo de doscientas casas, construidas a manera de un fuerte, en defensa de los enemigos que atacaban a los ópatas, en el área de Chihuahua. Los españoles bajaron de las montañas a las planicies, habitadas por indios enemigos de los ópatas, llamados por Obregón querechos, y según la clasificación de Bandelier, pertenecían a la nación suma.

Bandelier los divide geográficamente en dos ramas: los que habitaban cerca de la región de El Paso, del rio Grande,  que eran los sumas, muy semejantes a los apaches; y los otros eran los sumas de Casas Grandes, que eran más dóciles, con asentamientos más estables. Las habitaciones de los indígenas de Casas Grandes eran cuevas o cabañas de carrizos y no se dedicaban a la agricultura, según escribe Obregón.

Ibarra, después de haber salido del pueblo de Zaguaripa, cruzó la sierra hacia el este y llegó a la planicie del pueblo de Paquimé, o Casas Grandes, al noroeste de Chihuahua.

Al llegar a las planicies, en el segundo día, se encontraron con numerosos querechos,  vistiendo sus trajes ceremonial de adoración al sol, quienes les cantaron y bailaron, creyendo que los cristianos eran seres superiores. Ellos les dijeron que la ciudad de Cíbola se encontraba más al norte. También les     informaron que unos españoles ya les habían visitado años anteriores, y quienes les hicieron grandes curas y milagros. Sin duda se referían a Alvar Núñez Cabeza de Vaca y sus acompañantes.

No hablaron de Coronado, lo cual se entiende de que no pasó por esa región y que esos pueblos visitados por Ibarra no eran los de la región de Gila. 

Coronado salió de Culiacán a principios de 1540, guiados por Fray Marcos, habiendo llegado a Zuñi en julio, tomaron el pueblo después de una feroz lucha. Desde allí Coronado envió pequeñas expediciones a Moqui, construida entre los risco,  y al gran cañón de Colorado, el cual había sido descubierto por él.

JORNADA DE VÁZQUEZ DE CORONADO, de 1539 a 1542. También fueron al pueblo de ´´Gemez´´, situado al norte de Nuevo México. Luego se movieron a Tiguex (hoy Bernalillo). Allí fue donde oyó hablar del áureo mito, y que eventualmente causó muchas muertes: la fábula de Quivira. Según los indios era una ciudad de puro oro.

En la primavera de 1541, Coronado y sus hombres salieron en busca de la fábula de Quivira. Pronto se dio cuenta que había sido engañado y él con 30 hombres siguió adelante y atravesó el río Arkansas hasta llegar al extremo nordeste de Kansas, donde encontró a la tribu de los Quiviras, salvajes, dedicados a la casa del búfalo, pero no tenían oro, ni sabían donde encontrarlo. Coronado regreso al poblado de Bernalillo (Tiguex) donde sufrió una caída del caballo que puso en peligro su vida.

Coronado abandonó la idea de colonizar Nuevo Méjico y en el verano de 1542  regreso a México con sus hombres. La desobediencia al virrey, por haber abandonado su empresa, lo hizo caer en desgracia, y paso el resto de su vida casi olvidado. Triste final para quien descubriera tan amplio territorio, 300 años antes que cualesquiera ´´americano´´. Durante muchos años los españoles olvidaron a Nuevo Méjico.

Paquimé se encuentra sobre la rivera del río Casas Grandes, y desemboca en la laguna de Guzmán. El pueblo, según Obregón era grande, tenía casas con varias terrazas, seis o siete, casi todo en ruinas, con rastros de paredes pintadas, restos de metales, rastros de canales, fragmentos de estufas u hogares.

Las ruinas de Casas Grandes, (Paquimé) estaban formadas sobre una terraza cercana al río. Eran de varios pisos, donde vivían entre dos y tres mil personas. Era la ciudad más grande del noroeste de la Nueva España. Edificada sobre terreno de grava, con salientes de roca, aquí y allá. Nadie podía acercarse sin ser visto durante el día. Las paredes son de 0.40 a 1.2 metros de ancho. Las habitaciones son grandes, las puertas de buen tamaño, con ventanas tipo ojo de buey, redondas, ovales, cuadradas, rectangulares y elípticas.

Las vigas eran redondas, con pisos de tierra, las paredes cubiertas con encalado, tenían escaleras de adobe. Tenían forma rectangulares, sus partes centrales eran más altas. Tenían pasillos, más que calles, no tenían plazas públicas o patios.

Los únicos habitantes vistos por Ibarra, eran unos querechos, que vivían en unas cuevas y cabañas de caña.

Los únicos habitantes vistos por Ibarra, eran unos querechos, que vivían en unas cuevas y cabañas de caña.

Los antiguos habitantes de Paquimé se habían ido al norte, a seis días de camino, y que al oeste, a cuatro días de camino, había otras casas grandes, ocupada por gente vestida y que practicaba la agricultura.

Es muy lamentable el que Ibarra no haya tenido en esos momentos interpretes que investigaran los próximos pueblos existentes en Nuevo México, a donde ya habían estado por esas regiones, Vázquez de Coronado, o después, en el 1582, la expedición de Espejo. Ibarra estuvo a dos días de camino de lo que hoy es el sur de los Estados Unidos.

Debido al cansancio, y a la falta de alimentos, se decidieron en regresar, solo Rodrigo del Rio, Baltazar de Obregón,  Salvador Ponce, Bartolomé Arriola y fray Pablo de Acevedo, querían continuar con las exploración. Ibarra, en contra de su voluntad ordenó el regreso. Por  temor y cobardía perdieron el honor de la conquista de Nuevo México. Debido al miedo de las flechas venenosas, regresaron por otra  ruta para Sinaloa.

Durante cinco días caminaron hacia el sur, luego Ibarra ordenó cruzar las montañas y evitar a los indios de Sonora. El cruzar las montañas fue muy difícil, pues eran altas , con grandes barrancos, se quedaron si alimentos y comían cualquier cosa, hasta los zapatos y carne de caballo. Una semilla que comieron les hizo mucho daño, los trastornaba, Ibarra hasta se quiso arrojar a la fogata, pero fue detenido.

Después de haber caminado quince días entre las montañas, llegaron aun río muy grande, probablemente uno de  los ramales del Yaqui. Tuvieron que amarrar las balsas con cuerdas para poder cruzarlo. Siguieron el río por ochenta kilómetros, pero por los grandes acantilados no podían salir. Obregón se ofreció en buscar una salida y subió a la montaña, desde donde a lo lejos pudo reconocer el sur del valle de Sonora. Regresó con la buena nueva. En el camino se encontraron con un indígena solitario que les dijo que Sonora se encontraba a tres días de camino.

En un pueblito descansaron unos días, continuaron por el rio Yaqui con rumbo al Mar del Sur.

Al pasar por Sonora, después de que unos indios les robaron algunos caballos, se enfrentaron con ellos donde resultaron heridos con flechas envenenadas Pedro Montoya y Juan Ruiz. La herida de Montoya nunca cicatrizo. Finalmente llegaron a las playas de la bahía de Guaymas, región conocida como Huparo o Uparo, habitada por indios pacíficos, enemigos de los yaqui o yaquimi.

De Uparo, partieron hasta la desembocadura del rio Yaqui, donde se encontraban unos quince mil Yaquimi, los cuales eran bien parecidos, de pelo largo hasta la cintura, andaban desnudos y se cubrían solo con hojas. En la desembocadura del rio, Ibarra pensó en la posibilidad de habilitar un puerto con el fin de que llegaran al noreste por la vía marítima. Sin embargo, Paquimé estaba a tres cientas millas por el mar, era inaccesible por el oeste, desde el mar, pues había grandes montañas y hierbas venenosas. La mejor ruta para llegar a Paquimé, era desde Santa Bárbara, Chihuahua.

Tres días después de haber salido del rio Mayo, Ibarra y su gente llegaron a Sinaloa, y recibidos con gran alegría, pues no había habido ninguna muerte española. Esta expedición hasta Paquimé, duro siete meses, pero no exploraron Nuevo México, por mala fortuna.

Los hombres de Ibarra fueron inmediatamente recompensados. A Betanco se le otorgó la primera encomienda y a los demás se les dieron pueblos de acuerdo a sus méritos. Muchos de los soldados quisieron quedarse en Sinaloa, pero los que no quisieron tenían autorización para retirarse.

Ibarra tenía pensado explorar el golfo de California y colonizar la península. Explorar las costas de Chiametla y las islas Las Marías, donde se creía que había muchas perlas. También pensaba descubrir el ´´Estrecho Inglés´´, el cual se pensaba estaba localizado a unos 45 grados de latitud y que comunicaba a los dos océanos. Ibarra intentó construir dos barcos, pero ya se encontraba enfermo y los barcos quedaron inconclusos y destruidos por los nativos.

Betanco solicitó al rey permiso para hacer esta expedición, pero le fue negada. Igualmente hizo una relación completa de la expedición a Paquimé, desde la ciudad de Mèxico, el día 5 de junio de 1566, donde andaba recogiendo a su familia para trasladarla a San Juan en Sinaloa. Esa es la fecha en que Ibarra regresaba de Paquimé.

Betanco solicitó al rey permiso para hacer esta expedición, pero le fue negada. Igualmente hizo una relación completa de la expedición a Paquimé, desde la ciudad de Mèxico, el día 5 de junio de 1566, donde andaba recogiendo a su familia para trasladarla a San Juan en Sinaloa. Esa es la fecha en que Ibarra regresaba de Paquimé.

La prosperidad de San Juan duro escasos cinco años, y luego los nativos se revelaron y echaron de sus tierras a los españoles, y se fueron a Culiacán y Chiametla. En esta revuelta, los frailes, Azevedo y Herrera y varios españoles fueron muertos.

Ibarra estando en Nombre de Dios en el 1569, con doscientos hombres tratando de estabilizar la región, tuvo que enviar a Diego de Guzmán a Sinaloa a castigar a los sublevados. Diego encontró el pueblo desierto, pero logró recuperar los cadáveres de Azevedo y Herrera, y trasladados a Culiacán, donde fueron sepultados.

Fue hasta 1583, bajo el gobierno de Diego de Ibarra, tío de Francisco, que los españoles intentaron reconquistar Sinaloa. En esas fechas Pedro de Montoya fue autorizado par hacer una nueva expedición. Se internó al norte de Culiacán con treinta y cinco hombres, se enfrentaron a los suaqui quienes los masacraron, a Montoya y sus hombres.

Los sobrevivientes de la expedición de Montoya, a su regreso, se encontraron en el rio Petatlán a Juan López de Quijada, comisionado del nuevo gobernador de la Nueva Vizcaya, Hernando de Bazán, como teniente de gobernador de Sinaloa. San Felipe fue restablecido en le río Sinaloa. En abril de 1585, Bazán y cien hombres llegaron a Sinaloa. Poco tiempo después envió a Gonzalo Martín con diez y ocho hombres a localizar a los indígenas, parapetados en un  peñol, donde en la batalla fueron muertos todos los españoles menos dos.

La incursión de Bazán  no tuvo éxito por o que abandonó a Sinaloa, nombrando a Melchor Téllez comandante de San Felipe. Finalmente solo permanecieron cinco habitantes. Uno de ellos, Bartolomé Mondragón, fue nombrado comandante en 1589. De no haber sido por ellos, todos los esfuerzos hechos por la huestes de Ibarra se hubieran perdido.

En 1595, fueron enviados Alonso Díaz y veinte hombres más a Durango para que construyeran un fuerte en San Felipe. En la última década del s XVI se erigieron en toda Sinaloa ocho iglesias permanentes y seis más de tipo temporal. Gracias a los jesuitas se bautizaron a más de seis mil indígenas entre 1591 y 1597.

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